viernes, 30 de mayo de 2008

El otro andén

Estaba sentada en el otro andén. Su aire despreocupado no anticipaba nada de lo que iba a venir. Cuando me senté apenas había 10 personas en cada lado de la estación, pero, inevitablemente, me fijé en ella y ya no pude apartar la vista.

Al cabo de un par de minutos se percató de que estaba siendo observada. Sonrió pícaramente y miró a otro lado. Pasó un convoy y no lo cogió. Pasó el mio y yo tampoco.



Cuando nos volvimos a mirar, me volvió a sonreir. Vi que abría ligeramente las piernas, maliciosa, provocativa, sabiendo que la estaba mirando. No había nadie en la estación a excepción de una pareja que se sentó en el extremo opuesto de mi andén.


Intuí que quería jugar. La miré fijamente y abrí con un dedo la parte superior de mi camisa. Ella, mirándome fijamente, hizo lo mismo. Me ofreció un pecho sonrosado, firme, virginal. Miró a ambos lados de la estación y abrió las piernas de nuevo. Esta vez aprecié claramente su ropa interior. Sus dedos se movían casi susurrando entre sus piernas y yo ya no aguantaba más.
Sabía que nadie la podía ver y fue aumentando su juego. Me enseñó su sexo, se masturbó.

Pasó un nuevo convoy por mi vía y no lo cogí. Pasó uno por la suya, y segundos antes de entrar en la estación se tiró. El intento de frenar fue en vano. Se la llevó por delante. Mi grito quedo ahogado y un silencio estremecedor se apoderó de la estación. Vomité. No pude mirar y me fui.

Cuando llegué a casa mi madre vio algo extraño en mi cara.

- Begoña, que te ha pasado?

jueves, 29 de mayo de 2008

La chica de primero




La primera vez que la vi no le presté demasiada atención. Se llamaba Amanda y era una más entre la infinidad de chicas que empezaban la carrera cada año. Nosotros, los veteranos de cuarto, sólo haciamos caso a las que destacaban y la clasificación se reducía a la dicotomía: angelicales o demoníacas. Amanda ni lo uno ni lo otro.

Me la presentó un amigo que se había ligado a una amiga suya, de las denominadas angelicales. Hablamos unos minutos y durante un tiempo intercambiamos leves movimientos de cabeza cuando nos cruzabamos por los pasillos o coincidiamos en el bar.

El siguiente encuentro a destacar tuvo lugar en la biblioteca. Ella buscaba asiento, yo tenía que marcharme en unos minutos y reclamé su atención para indicarle que podía sentarse donde yo estaba. En aquel momento dude de si su sonrisa la encasillaba en angelical o demoníaca. Estuvimos susurrando más que hablando durante un par de minutos y nos despedimos amigablemente.

Casualmente, el fin de semana siguiente fuimos invitados a una fiesta de aniversario de unos amigos que no sabiamos comunes. Como los dos estabamos un poco desubicados en aquella fiesta, hicimos aquello de parapetarse el uno en el otro para no parecer el personaje raro que solo bebe y apenas habla con nadie.

A partir de ese día los encuentros en la Facultad se sucedían casi a diario. No se quien buscaba a quien, bueno , sí, yo la buscaba clarísimamente y deduzco, ahora, que ella también.

Al cabo de poco tiempo le propuse una cita. Una cena y unas copas. Tal como preveía, lo contrario hubiera supuesto una tremenda decepción, aceptó encantada. Fuimos a cenar (busqué un lugar romántico y asequible a mis limitadas posibilidades económicas), luego a tomar unas copas y cuando le dije de acompañarla a su casa, me dijo - ¿Te apetece que pasemos la noche juntos?.
Fuimos a mi casa. Vivía con mi hermano y él paraba poco en casa.

Al llegar, ella tomó la iniciativa y empezó a juguetear conmigo. Me iba desabrochando la camisa mientras canturreaba y acercaba levemente sus labios a mi cuello. Bajaba poco a poco como si me la fuese a comer, pero se quedaba en las puertas. Introducía una mano en mis pantalones y solo tocar levemente mi vello púbico la retiraba de inmediato. Tonteaba con su lengua en mi boca y yo me sentía como un juguete en sus manos.

Decidí tomar un poco la iniciativa, más que por ganas por aquello de no traicionar la carga genética que todos los hombre llevamos incorporada y que nos obliga, a veces, a tomar la iniciativa sin estar especialmente dispuestos. La fui arrastrando suavemente hacía mi dormitorio al tiempo que le iba sacando lo que podía. Llegamos medio desnudos, supongo que en ridículos calcetines y poca cosa más. No recuerdo.

Hicimos el amor tres veces y nos dormimos. Ella reposando su cabeza sobre mi hombro y con una pierna entrelazada en las mías. En la gloria.

Me desperté hacia las ocho y ya no estaba. No me sorprendió, quizás si el hecho de que no hubiese dejado ninguna nota. Era domingo y después de afeitarme y ducharme llamé a unos amigos para tomar un vermutito al sol. No me sacaba a Amanda de la cabeza.

Quedamos en una terraza. Yo llegué primero, y cuando llegaron mis amigos uno de ellos me comentó - "¿Que haces con un número escrito en la nuca?". Extrañado le dije que ni idea, que no lo había visto -¿Qué es? ¿Un número de teléfono? - No que va, pone 73 parece...

Restregué mi mano para intentarlo borrar, pero nada. Servilleta humeda, tampoco. - ¿Pero se me ve mucho?. - Que va tio, es pequeñito, casi no se ve...

El Lunes a segunda hora teniamos Derecho Marítimo un coñazo de asignatura que impartía Mr. Proper, así llamábamos al calvo profesor. Estabamos esperando en la puerta con la inútil esperanza de que no apareciese. Pero él era de los que no fallaba nunca. Llegó poco después. Nos saludo, como siempre, y al pasar por mi lado, pude ver un diminuto 68 entre los pliegues de su cuello.

Demoníaca.